Tomate frito de brik

15 noviembre 2008 at 6:23 am (Cuentos, Relatos)

Estaba jodido porque acababa de perder unos trescientos euros jugando al póker. Yo era un mal jugador, -nuca supe mentir- pero aun así me gustaba la sensación de ser superior a los demás, aunque sólo fuera durante una mano. Esa noche tuve un par de buenas manos, y unas dieciséis malas. Así que me resigné con mi suerte y decidí salir a un bar a gastarme los treinta euros que reservé para bebida.

Entré en el primer bar que encontré. Sucio, oscurso. Si supiera quién escogió la música de aquel lugar, lo buscaría para asesinarlo. Me senté en la barra y descubrí que los taburetes eran bastante cómodos, a pesar de estar rajados y manchados de alcohol y vómito. El asiento incluso daba vueltas, como en los viejos tiempos. Un ron -cualquiera- con coca cola.

A la tercera copa me di cuenta de algo: a ese ritmo el dinero no iba a durarme lo suficiente. Así que empecé con la cerveza. Nunca le hice ascos a una buena cerveza, pero después del ron ya no me supo tan bien como de costumbre.

«¿Qué hace una chica como tú, en un sitio como este?… Mujer fatal…»

Me empezaba a gustar la música, el sitio era agradable y no había demasiada gente. Me veía a mi mismo en un espejo justo encima de la caja, que descubrí al seguir con la mirada a la camarera cuando se disponía a cobrar. Culo perfecto, pelo rubio y demasiado escote para mi gusto.

-¿Me invitas a una cerveza? -se acercó una chica a la que ni siquiera había visto.

-¿Eres puta? -pregunté extrañado- Porque si es así, no tengo suficiente…

-¿Acaso no lo somos todas? Sólo quiero una cerveza.

Gran respuesta, así que nos bebimos un par de botellines antes de abandonar aquel tugurio. Me llevó a un sitio agradable: sofás, música tranquila y a un volumen aceptable. La conversación fue interesante, pero ya me había enamorado de ella mucho antes de que abriera la boca.

Los ojos negros llenaban su cara sin dejar a penas hueco para nada más. Abiertos, alerta. Su pelo no era demasiado largo, pero a pesar de ello se había hecho una coleta a la que no le vi ningún sentido. Sus orejas, graciosas y llenas de pendientes metálicos, sobresalían entre las mechas claras que adornaban su cabello. Su estatura: perfecta. De pie nos acoplábamos de una manera extraña y maravillosa, a pesar de que era más baja que yo. ¿Tumbados sería igual? No tardaría mucho en descubrirlo, aunque para mí fue una eternidad. Vaqueros y unas Chiruka. Gracioso, íbamos vestidos igual. Aunque ella era muchísimo más guapa que yo. Mirada penetrante y algunos granos en las mejillas. Iba calentándome poco a poco. Cazadora de cuero y el mejor abrazo que he recibido en mi vida. Sus labios eran duros y se podían notar algunas asperezas, supuse que debidas a la climatología dura del lugar -aunque ya estábamos cerca del verano-. A pesar de todo eso, mi saliva los reblandeció, los hizo manejables, suaves y blandos.

Cuando la dejé era de día.

Después nos comimos un helado y tras un tiempo pruedencial nos perdimos en algún lugar.

Las montañas, el mar. No vimos nada más que el cuarto de aquel hotel. Cama confortable, baño limpio y completo. Tenía cocina, así que salimos a comprar comida. Algo fácil de cocinar, que nos permitiera estar el mayor tiempo posible en aquella puta cama gigante -que por cierto, no estaba clavada al suelo-.

No recuerdo lo que comimos. Sólo me acuerdo del calor, el sudor, la piscina y una tormenta. Y una botella de ron. Desde luego aquel plato no llevaba tomate.

Bastante tiempo después descubrí un tetra brik de tomate frito en mi nevera. Alguien lo había abierto y metido allí, a pesar de que yo hubiera querido guardarlo para siempre. Hasta que se caducara y tuviera que tirarlo a la basura en una mudanza o algo así. No me sentía preparado para comérmelo, porque lo había comprado con ella en aquel lugar paradisíaco. Sin embargo allí estaba, en mi frigorífico, abierto y esperando a ser tragado.

Permaneció allí desde el lunes hasta el viernes. Llegué a casa borracho y con hambre. Saqué unas salchicas frankfurt del paquete, las metí en el microondas y cuando ya estaban calientes las bañé con todo aquel tomate frito de brik. Decidí olvidarla, comérmela. Engullir todos los recuerdos. Deglutirlos, digerirlos y cagarlos.

Buscaba una catarsis y lo que encontré fue una gastroenteritis -o algo igual de asqueroso-.

Estuve todo el sábado expulsando un vómito demasiado rojo, demadiado doloroso. Me ardían las entrañas y no podía controlar mis pensamientos. Febril, comencé a soñar que aun estaba con ella. Que me quería y me entendía. Que me hablaba y me contestaba cuando le preguntaba por qué.

Perdí dos kilos ese fin de semana. Sin sudarlos y sin dudarlo intenté llamarla. Apagado.

No volví a comer tomate frito en tetrabrik.

Hasta hoy. Siempre hay una segunda oportunidad para un hombre. Siempre la hay, si es capaz de tragarse lo que más asco le da en la vida, lo que más le duele.

Por suerte, el tomate siempre me gustó.

2 comentarios

  1. Hérincë said,

    n0 te ha faLtad0 nada…

    la segunda 0p0rtunidad es para la chika (ke n0 mujer), él n0 la neCesita. sól0 hay una, y n0 la hay siempre.
    sup0ng0 ke será t0mate del buen0…

  2. Gaitanowski said,

    -¿Eres puta?
    – «¿Acaso no lo somos todas?»

    jajajajjajaja…….. Es lo más gracioso que he leído en mucho tiempo, queridísimo amigo Hasiro.
    Si me dices que es un cuento de Bukovski, me lo creo. Eres grande. ¡Sigue esa racha y te alzarás con el Pullitzer cuanto menos!

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